5 de octubre de 2014

Capítulo XXVII: El asfixiante lazo de la serpiente

La plaza quedaba tan atrás que no podía verla, pero en su mente persistía aquella Amy fuerte y orgullosa que se mantenía firme ante la persona que había roto todo cuanto era. Tragó saliva, saboreando la culpabilidad, y echó un vistazo a su derecha: Dimitri caminaba elegantemente, con esa sonrisa que empezaba a detestar, y canturreaba una canción que ella desconocía.

- Deja de hacer eso.

- ¿Qué? – Reaccionó, acercándose a ella, divertido.

- Sonreír como si todo fuese maravilloso.

- Todo es maravilloso – Alegó.- Me gustan los días de nieve, y tengo buena compañía…

- ¡Dimitri! – Se detuvo bruscamente.- ¿Te das cuenta de la situación que has provocado entre esos dos?

Dimitri guardó silencio, y su sonrisa se borró. Entonces, alargó el brazo, agarró la muñeca de la morena y la atrajo hacia sí. Sus brazos la rodearon, estrechándola, envolviéndola en ese calor que sólo existía en sus ojos.



- Claro que soy consciente, esos dos necesitaban hablar, y por mucho que quieras protegerlos lo necesitan –Se pasó una despreocupada mano por el pelo, suspirando. -. Mira, no sé qué les ha pasado, ni tengo interés en ello, pero tú no puedes protegerlos de todo, no eres su madre.

- ¡Están heridos! – Chilló, apartándolo de un empujón.- ¡Están heridos y yo no puedo hacer nada! ¡Lo mínimo es que intente cuidar de ellos!

- ¿Y quién está cuidando de ti, Nika? ¿Quién? – La nieve comenzó a cesar, pero entre ellos se iniciaba una tormenta. Él la sujetó con fuerza por los hombros y la mantuvo cerca a pesar de sus forcejeos.- Dime, ¿cuántas veces has pensado en ti desde que ese chico murió? ¿Cuántos días has dedicado a cuidarte, a distraerte o a seguir adelante?

- No hables de él así – Protestó, entrecerrando los ojos a modo de amenaza.

-¿Así cómo? Está muerto, Nika. No es justo, ni fácil de asimilar, pero es la realidad.

- No… Cállate… - Cerró los ojos.- No lo entiendes, no sabes lo que siento.

- ¡Claro que lo sé! – La sacudió y volvió a abrazarla con fuerza.- Lo querías de verdad, fue… tu primer amor. Pero no puedes perderte a ti misma, y no puedes refugiarte en los problemas de los demás para evitar pensar en tus miedos y en tu dolor. No huyas de ti misma, o verás al verdadero demonio que hay en ti.

Un profundo sollozo alertó a Dimitri de que había ganado aquella discusión. Acarició sus cabellos y besó su coronilla, buscando tranquilizarla, y sin dejar de abrazarla la condujo al callejón más próximo, para evitar las miradas de los vecinos. La sintió tan frágil y vulnerable que deseó, por una milésima de segundo, no haber dicho nada. Pero no soportaba verla así, esquivando los problemas y negándose a sí misma todo lo que sentía.

- Si no les protejo… si no cuido de mi familia, de mis amigos… No hay nada que yo pueda hacer, y mi vida dejará de tener sentido porque nadie me necesita. Si toda la gente a la que quiero separa su camino del mío… olvidaré a dónde voy… porque no voy a ninguna parte…

- No es verdad, Nika, no es cierto. Tú eres Nika Kirchev, la única dueña de tu camino. La única persona por la que sigo en este maldito pueblo.

- Dimitri – Se apartó de él sin tanta brusquedad, apenas unos centímetros, su rostro empapado en lágrimas estaba enrojecido y crispado, como el de un niño disgustado  o el de una madre desconsolada.-, ¿cómo lo haces? ¿Por qué me conoces tan bien, por qué siempre apareces cuando te necesito? ¿Por qué descifras mi vida como si fuese un enigma sencillo?

Sus ojos se mantuvieron, titilantes, en el mismo nivel de comprensión. Sabían que entre ambos existían muchas más preguntas que respuestas, muchas más dudas que datos sólidos, pero allí, en aquel estrecho callejón, no importaba demasiado. Nika tiró de las solapas de su abrigo y esperó, tan cerca de su rostro como pudo. Las yemas de sus dedos perfilaron la mandíbula de la chica, palparon sus mejillas y colocaron un mechón de su cabello tras la pequeña y perfecta oreja a la que se acercó para susurrar:

- Si puedo evitarte ciertas cosas, lo haré –Evadió la pregunta.-. Tengo las respuestas a preguntas que todavía no te has hecho.

- No me gusta esto, Dimitri. ¿Acaso soy un juego para ti? – Su voz fue también un leve susurro apenas audible.

- No, Nika… - Unieron sus labios en un beso dulce y lento, un beso que ambos deseaban, y se mantuvieron así largo rato. Él la sostenía por los hombros, temeroso de que fuese a caer como un pajarillo herido que tiritaba, inestable, sin dejar de besarlo. Las manos gélidas de Nika se aferraban a su abrigo como si fuese el último sostén sobre la faz de la tierra, con pavor y necesidad, implorando justicia frente a juez cuyo rostro no alcanzaba a ver. Dimitri la besaba y no pensaba en nada más, porque besarla era lo suficientemente importante como para eclipsar cualquier otro pensamiento.

- No – La burbuja de tiempo paralizado fue rota por una asustada muchacha que se apartó del perfecto mentiroso. Se enjugó las lágrimas con la manga del abrigo, y unos asustadizos ojos de plata lo enfrentaron.-, no. Quiero saber a qué narices estás jugando. Por mucha razón que tengas, no sabes quién soy, y es escalofriante que me conozcas como a ti mismo.

- Te conozco porque la vida que tú tienes es la que un día tuve – Respondió, escupiendo cada palabra con desprecio infinito hacia el pasado.

- ¡Pero sigue siendo mi vida! – Gritó, exasperada, secándose nuevas lágrimas con el dorso de la mano.- ¡Y si quieres formar parte de ella tendrás que hacerlo como todos los demás, pero no prediciéndolo todo y esperando a que me convierta en una doncella en apuros! ¡Deja de jugar conmigo! ¡Deja de hacerme sentir…! – Su voz se ahogó en el fondo de su pecho. Los ojos dorados de Dimitri se apagaron, y ni siquiera la observaban. Algo en sus palabras acababa de herirlo profundamente, pero no sabía bien qué había sido. Y lo peor de todo era el no poder terminar esa frase. Suspiró, se dio la vuelta y abandonó el callejón sin más. Regresaría a casa sola, todavía con lágrimas en los ojos, y el murmullo de esa frase inacabada en su mente: deja de hacerme sentir única.

***

Su casa, de repente, pareció un auténtico palacio, las puertas al paraíso, y al cerrar la puerta tras de sí sintió un profundo alivio. Apoyando la espalda contra la puerta cerrada, se escurrió hasta quedar sentada en el suelo, y allí, abrazándose las rodillas, se echó a llorar, o, mejor dicho, continuó llorando. Su mente era un por qué continuo que daba vueltas y lo cuestionaba todo, pero sin duda lo que más odiaba en aquel momento era tener que darle la razón a Dimitri. Estaba evitando hablar de Vladimir. Estaba evitando pensar en cuánto añoraba sus excursiones y en cuánto echaba de menos las tardes de estudio. Estaba evitando asumir que lo que se va no vuelve, y que todo su dolor era suyo y de nadie más. Estaba evitando, en realidad, recordar que todo el amor que había sentido por Vladimir se traducía en lágrimas, y que todas las personas a las que acababa queriendo sufrían sin poder hacer nada. Dimitri tenía razón. Era un maldito arrogante, un mentiroso, pero tenía razón. Y, para más inri, sus besos y sus abrazos eran lo más cálido que Nika hubiese probado jamás. Le gustaba besarlo, a pesar de no conocerlo o de no tener más que una relación abstracta; le encantaba besarlo y sentir los pálpitos acompasados de su poder.

- ¡Nika! – La voz de su madre la sobresaltó, y tras un pequeño respingo buscó enfocarla con los ojos anegados en lágrimas.

- Mamá… - La voz se le rompió de nuevo, y estalló en llanto entre los brazos amables de Serena.- Mamá, me duele mucho el corazón.

- Vamos, cariño – Ayudándola a ponerse en pie, se dirigieron a los mullidos sofás, y sin dejar de abrazarse la esbelta mujer dejó a su hija llorar.-, cuéntame qué es lo que te ocurre.

- Mamá, desde que Vlad se fue me siento muy sola – Tragó saliva. Su madre sabía de su amistad con Vladimir, así que no se sorprendería de algo así. Nika supuso que lo interpretaría como un incentivo sumado al dolor por la muerte de Sergei.-. Tengo la impresión de que mi vida se ha estancado, de que me he quedado anclada a un momento feliz porque me da miedo seguir adelante… Y es cierto, porque estoy asustada y no sé qué hacer.

- Mi pequeña… deja que mamá te cuente algo – La menor de los Kirchev se acurrucó sobre el regazo de su madre, encogida sobre el sofá y pareciendo tan débil como un cachorro abandonado.-. A veces vivimos situaciones que nos superan y que nos hacen pensar que todo va a ser oscuro en el futuro, pero es entonces cuando debemos forzarnos a abrir los ojos para darnos cuenta de que no estamos solos. Mi amor – Las finas manos de la mujer alzaron el rostro de su pequeña, tan frágil pero tan fuerte.-, vas a vivir muchas cosas, cosas maravillosas y cosas terribles. Pero pase lo que pase, siempre me tendrás a tu lado. Tu familia siempre estará contigo.

- Gracias, mamá – La abrazó de nuevo, ahogando las nuevas lágrimas en la suave tela del suéter de Serena, y se separó al reparar en algo.-. Mamá, le he hecho daño a alguien que sólo intentaba ayudarme. Él sólo intentaba abrirme los ojos, pero… estaba tan asustada…

- En ese caso - La interrumpió con una sonrisa.-, creo que deberías invitar a Dimitri a cenar un día de estos.

Pestañeó, perpleja ante la perspicacia de su madre, pero le sonrió igualmente. Tenía razón, por muy negro que se viese el futuro, no estaría sola, y se sentía muy afortunada por ello. Siguió a su madre hasta la cocina, y allí saludó a Marina y a Theodor, que parecían algo impacientes.

- Estoy embarazada – La voz de Marina fue correspondida por un agudo chillido de felicidad por parte de su suegra, que en seguida la abrazó con ilusión. Nika se acercó entonces a su hermano, y se puso de puntillas para poder besar su mejilla.

- Enhorabuena, Theodor – Respondió, sonriendo. Él acarició sus cabellos y le devolvió una sonrisa salvaje y orgullosa.

- Te traeré un sobrino revoltoso con el que puedas jugar en la nieve – Aunque odiaba que su hermano la tratase como si tuviese seis años, no pudo evitar alegrarse por aquello. Y es que seguía inmersa en la conversación con su madre, y de repente se le antojaba tener gente en casa. ¿Qué mejor que un travieso demonio al que enseñar a volar?

- Lo esperaré impaciente – Inesperadamente, su hermano la abrazó y frotó su coronilla con los nudillos. Hacía años que su hermano no le demostraba afecto de ningún tipo, mucho menos físico, pero aquel día lo agradeció al máximo.

Subió las escaleras cuando el sol ya había desaparecido, y se encerró en su habitación con intención de tomarse unos minutos a solas. Tenía demasiado que asimilar, demasiado que recordar, y sobretodo debía pedir disculpas a Dimitri. Se deshizo de sus ropas, se puso el camisón y se sentó bajo la ventana, como siempre. No había luna aquella noche, los copos volvían a caer en una danza lenta y armoniosa, y no podía evitar seguirla con la mirada. Inspiró hondo, y algo alcanzó sus sentidos. Un pálpito. Un latido exactamente igual al suyo. Abrió la ventana, una brisa helada inundó la estancia, pero su cuerpo de demonio le permitió permanecer inmutable. Se asomó a la ventana, dejando que se le helase la punta de la nariz, y habló al jardín dormido mientras la luz reflejada por la pálida hierba nevada iluminaba el paisaje.

- Siento haberte hecho daño. Tú sólo querías ayudarme, y yo no quería escuchar. Me siento sola, todo me da miedo… pero eso no es excusa. Lo lamento, Dimitri.

Suspiró, cerrando los ojos, y no tardó en sentir cómo alguien la besaba dulcemente en la mejilla. Podía haber abierto los ojos, podía haber exigido respuestas o más intensidad en aquellas muestras de afecto, pero ya se sentía lo suficientemente afortunada así. Simplemente, disfrutó del contacto, de la brisa helada, del tiempo paralizado, y se prometió a si misma que, fuese como fuese, descifraría el juego de Dimitri, lo ganaría, y se liberaría del asfixiante lazo de la serpiente.


Emily

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