23 de septiembre de 2012

Capítulo X: Los secretos de la noche.

El dolor inundaba de nuevo su cuerpo. Como cada noche, Amy se despertó sudorosa, aferrándose a las sábanas y con un grito reprimido en la garganta. Había vuelto a tener pesadillas. Su respiración agitada, dejaba un rastro de vaho en su fría habitación. Iluminada únicamente por la luz de la luna que se filtraba a través de la ventana. El palpitar de su corazón rugía en su pecho, mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad del cuarto. La herida del abdomen la hizo retorcerse. El dolor abrasador que siempre conseguía mantener a ralla durante el día, la azuzaba durante la noche. Allí sola en la oscuridad, no tenía por qué tratar de ocultarlo. Se agarró al cabezal de madera de la cama, tal y como acostumbraba a hacer, esperando a que los ramalazos de dolor menguaran hasta hacerse soportables.



Tras una hora de silenciosa tortura, consiguió relajar los dedos y esperó a que la sangre volviese a circular por ellos. Cogió una gran bocanada de aire y la retuvo en sus pulmones un momento, antes de soltarlo lentamente. Extendió la mano y alcanzó la ventana, que se encontraba unos centímetros por encima de su cama. Tiró de su pesado cuerpo y dejó caer la cabeza entre sus brazos, posados en el marco de la ventana. Con algo de dificultad logró abrirla. Cerró lentamente sus pesados parpados y se deleitó con la fría brisa marina que recorría el pueblo de Glorysneg. Despojándose así de la nube de calor enfermizo que la envolvía.

Minutos después, alzó la vista a la luna. Se veía deslumbrante en la cúpula celeste rodeada de todas aquellas relucientes estrellas. La calma y la pena se anclaron en su alma por igual. Todo aquello era hermoso, pero a pesar de tener la certeza de que el cielo siempre había sido el mismo para ella, no lo recordaba. No recordaba haberlo visto nunca antes de llegar al pueblo de la gloria nevada. El omnipotente astro que parecía haberla mimado desde siempre, relucía ignorante de haber sido relegado al olvido. Al igual que los recuerdos que sus 18 años de vida. Le dolían todos aquellos recuerdos perdidos y la sensación de encontrarse vacía. De sentir que era una mera criatura muy pequeña, en un mundo inmenso y desconocido, que solo esperaba el momento oportuno para abalanzarse sobre ella.

Con el corazón encogido por el abatimiento, se acurrucó en su cama. Dejó vagar la mirada por su habitación, mientras esperaba la nueva sacudida de dolor, que no tardó en llegar. Tan esperada como perdurable, atravesó su abdomen. Haciéndole sentir que todos sus órganos fracasaban en sus esfuerzos por llevar a cabo su función. Sus pulmones demasiado fríos, eran incapaces de coger el aire que tanto necesitaba. Cuando por fin consiguió respirar, otro ramalazo de dolor recorrió su vientre plano, lo que hizo que las heridas más profundas que los lobos habían dejado en su piel despertaran de su letargo, llenándola de sufrimiento. Las lágrimas caían por su rostro, pero los gritos continuaban retenidos en su garganta, mientras Amy rezaba por perder la conciencia.

Cuando el dolor cesó lo suficiente como para dejarla pensar, su piel estaba perlada en sudor. A penas podía moverse, pero no quería quedarse allí. La desesperación del momento la obligó a marcharse. Agarró su colcha, se envolvió en ella y a duras penas consiguió salir de la casa. Sin hacer caso de las súplicas de su cuerpo continuó andando sin rumbo. No sabía a dónde iba, pero la ridícula idea de que si se alejaba de aquella habitación podría huir del dolor, la impulsaba a seguir avanzando.

Se dio cuenta de que había vuelto al bosque donde la habían encontrado y se paró. Se dejó caer entre los árboles, mientras su agitada respiración volvía a la normalidad. Apoyó la cabeza en sus rodillas, intentando calmarse. Todo le daba vueltas y no sabía qué hacer.

Cerró los ojos, se aferró a su colgante de media luna y se concentró en los sonidos de la noche. Las ramas de los arboles que se agitaban con el viento. La nieve que caía sobre esas mismas ramas, el ulular de los búhos y un montón de infinitos sonidos que de alguna manera la reconfortaron.

Su cuerpo se relajó y lo notó tan pesado que creyó que no volvería a ser capaz de moverse. El frío acarició su piel y el viento apartó los húmedos cabellos de su rostro, mientras ella apoyaba la cabeza lentamente en el tronco de un árbol.

Pronto notó su presencia. No estaba sola en aquel recóndito lugar, donde había encontrado un poco de paz. Abrió los ojos y distinguió entre la penumbra su sombra. Él se acercó a ella dejando una distancia prudencial entre ambos. Sin atreverse a acercarse más, se acuclilló en la nieve, dejando que su bello rostro al descubierto, iluminado por la luz de la luna. La preocupación que ese hombre sentía por ella, era únicamente palpable en sus relucientes orbes plateados. Una extraña conexión se estableció entre ellos, al encontrase sus miradas.

-Kaleb-el sonido fue ronco y su voz sonó demacrada por el desuso. 

La expresión de Kaleb cambió. En su rostro halló la extraña mezcla de la preocupación y deleite. De pronto, Amy comprendió que era la primera vez que pronunciaba su nombre. Sorprendida se vio invadida por un sentimiento tan cálido como confuso. De pronto, deseó poder reducir la distancia que los separaba.

-No estás bien- La afirmación serena de Kaleb la devolvió a la realidad de sus condiciones. Amy negó con la cabeza, segura de que sería inútil tratar de rebatirlo.- Debería llevarte de nuevo a casa de los Doyle.

-No, aún no... por favor- Le costaba un mundo pronunciar cada palabra y sabía que él tenía razón, pero necesitaba impregnarse de la tranquilidad del bosque, antes de volver.

-¿Por qué?

Amy no quería contestar, volvió a cerrar los ojos y exhaló varias veces, tratando de alejar el recuerdo del temor, que le infundían las pesadillas que inundaban sus sueños. Esa era la verdadera razón por la que se encontraba allí, no podía enfrentarse al dolor en un lugar rodeado de pesadillas. Pero ni podía ni quería contárselas a Kaleb. No quería quedar tan expuesta ante nadie.

-Necesito un lugar que me ayude a huir de todo aquello cuanto temo -se encontró diciendo, mientras abría los ojos. Recorrió con profunda tristeza en la mirada la brumosa estepa rusa- Y algún impulso me ha traído hasta aquí. No sé de ningún sitio mejor.

Ninguno de los dos añadió nada más, envueltos en un cómodo silencio. Kaleb lucía indiferente a todo cuanto los rodeaba menos a ella, mientras Amy lidiaba con dos deseos incompatibles. el de ser acogida por el seno del bosque para poder desaparecer y el de poder acercarse a él para sentirlo más cerca.

Tras un momento de vacilación, Kaleb la tomó en brazos, todavía cubierta por la gruesa manta. Amy apoyó la cabeza contra su cuello y aspiró su aroma. Estar cerca de él despertaba un instinto primitivo en ella. Sintió cómo la acometía el deseo de besarle y las ansias de conseguir un contacto más pronunciado con su piel. Pero su cuerpo, todavía demolido, no le permitió hacer otra cosa que disfrutar de la sensación de encontrarse entre sus brazos y dejarse llevar.

En seguida, comprendió que no se dirigían de vuelta al pueblo, sino que a las afueras de Glorysneg. Pero no le importaba a dónde fueran, confiaba en él. A su lado se sentía protegida. Cuando se detuvieron, habían llegado a un descampado con muy poca nieve, donde parecía acabarse la tierra. Amy miró a Kaleb desconcertada. Él asintió y la llevó al borde del peñasco. La posó en el suelo y la agarró por la cintura cargando todo su peso. Entonces asomó la cabeza hacia aquella precipitación. Vio cómo las rocas erosionadas caían en picado, tratando de llegar a lo más profundo de la tierra y encontrándose con el  cuantioso mar de Kara. Una  palabra zumbaba en su mente mientras observaba la belleza de ese lugar: acantilado. Se maravilló al poder identificarlo y poder ponerle nombre. La dicha que la envolvía era fantástica. Alzó la vista para poder compartirla con Kaleb, quien la observaba con una ternura que ella nunca imaginó encontrar. Él inclinó la cabeza enterrándola entre sus rizos castaños.

-Cundo era pequeño, solía venir aquí a pensar- le susurró al oído.

Poco después, levantó la cabeza, y sus miradas se encontraron. Amy se quedó perdida en la viveza de sus resplandecientes ojos plateados, que parecían chispear a la luz de la luna. La cercanía de Kaleb la alteraba de una forma que no recordaba haber experimentado nunca, y sucumbió al deseo de besarle. Sus labios se unieron como una caricia cálida pero intensa, prendiendo fuego en su alma y exigiendo más. Kaleb ascendió con una mano por su espalda y Amy se aferró a su cuello. El beso se intensificó y Amy entreabrió los labios para dejar paso a su lengua. Su corazón volvía a latir con fuerza, pero esta vez al mismo compás que el de su compañero. Las caricias y los besos incitaron el deseo de sus cuerpos. Pero los dos sabían que no podrían pasar de aquello. Amy no se encontraba en condiciones de ello. Cuando por fin se separaron sus respiraciones eran agitadas, pero se conformaron con disfrutar el genuino contacto de su abrazo. Amy apoyó la cabeza contra su pecho y en silencio oyó las rítmicas pulsaciones de Kaleb.

-¿Qué es lo que te da miedo, Amy? ¿Por qué has ido al bosque esta noche?- preguntó mientras alzaba su cabeza con una mano, obligándola a mirarlo a los ojos.

-Cada noche...-tragó saliva antes de continuar y dejó vagar su mirada, tratando de poner en orden sus ideas. Entonces Kaleb mordisqueó la comisura de sus labios, reclamando por entero su atención, exigiendo que le devolviera la mirada y ella le complació. Cuando él se frenó, apoyó su frente contra la de ella y esperó a que continuase con su explicación.-. Sueño con que estoy en una especie de callejón, donde hay mucha niebla por todas partes. -Su respiración se agitó de nuevo por el recuerdo. Kaleb depositó un pequeño beso en su frente, y acarició su mejilla intentado calmarla.- Entonces, oigo gritos...- susurró y una lágrima descendió por su rostro, no entendía por qué aquellos gritos la llenaban de angustia- son de una mujer...-hizo una breve pausa tratando de recuperar la compostura.- La busco... quiero ayudarla, pero empiezo a sentir dolor y no consigo moverme- dejó caer la cabeza en su pecho y Kaleb la estrechó contra él con más fuerza-. Después los gritos cesan, no oigo nada y sé que ella está muerta.- La voz temblaba al igual que el resto de su cuerpo, pero se obligó a continuar-. Entonces me despierto, vuelvo a estar en mi cuarto pero el dolor no se ha ido y mi cuerpo...-no fue capaz de terminar la frase.

Amy lloró, dejando salir todas aquellas lágrimas hasta el momento reprimidas, y se dejó consolar por Kaleb. Al amanecer, cuando logró calmarse, él la llevó de vuelta a casa de los Doyle.

-Dime una cosa, ¿siempre vas a aparecer cuando crea que ya no puedo más?

-Siempre- prometió cuando llegaron al umbral de la puerta y, con un casto beso en la mejilla, se despidieron.

Al entrar en casa, Amy sabía que ni James ni Ciro se despertarían cuando emprendiese el camino de vuelta a su cuarto. Es más, estaba convencida de que no lo harían ni aunque decidiese aporrear, todos y cada uno de los muebles que se encontrase por el camino. Pero sí debía tener cuidado de no despertar a Judd, quien tenía un sueño muy ligero.

-Al fin, has llegado- la voz fría de Judd procedía de la cocina, desde donde este la observaba con el brazo apoyado en el marco de la puerta. Amy se sintió azorada al haber sido descubierta y se sonrojó. Judd se limitó a alzar una de sus negras cejas.-. ¿De verdad creías que no me enteraría de tu escapada con el ruido que montaste al salir?- Amy guardó silencio, un tanto cohibida- Aunque confieso que has tardado en volver más de lo que creía. Incluso llegué a creer que tendría que ir a buscarte.

Amy guardó silencio, pero se sintió agradecida con Judd. No había avisado a los demás de su ausencia y había comprendido su necesidad de marcharse. Estaba segura de que en más de una ocasión él había tenido esa misma necesidad, sólo que de diferente manera. Eso le hacía preguntarse cuáles serían los horrores que guardaba su pasado, para afectar de tal manera a un hombre como Judd. Amy fue sometida al escrutinio de este mientras se agarraba a la barandilla de las escaleras para poder mantenerse en pie.

Sin previo aviso, él se acercó a ella y la ayudó a subirlas en silencio. Cuando llegaron a su cuarto, la depositó con cuidado en la cama y la arropó. Amy guardaba un gran sentimiento de ternura hacia ese hombre tan inaccesible, que se mostraba comprensivo y atento con ella. Pero no supo qué decir mientras lo veía marcharse. Al llegar al puerta, Judd se detuvo en seco.

-Amy, ten cuidado con ese chico, no es de los buenos.-dijo mirándola por encima del hombro.

-Confío en él.

Judd guardó silencio durante un momento.

-Esperemos que no te arrepientas.- Amy entendió su advertencia. Kaleb podía ser peligroso. Por alguna razón no le cabía duda de aquello.

-Judd -le llamó, viendo que él emprendía su camino de nuevo.- Gracias.

Judd asintió y se marchó. Al poco tiempo, Amy se quedó dormida exhausta como estaba, y disfrutó de poder dormir, por una vez, sin sueños. 




Angie.

2 comentarios:

  1. Maravilloso, simplemente maravilloso. Amo a Kaleb, y me encanta que tanto Amy como él hayan dado ese pequeño paso juntos :)
    Una historia impresionante. Mis más sincera enhorabuena.

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    1. :$ vaya, gracias, me alegra de que te gusten los personajes y de que nos sigas como lectora^^

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