2 de noviembre de 2012

Capítulo XII: Un día para Amy.

A través del escaparate de aquella pequeña tienda de ropa, Amy podía ver el pueblo de la gloria nevada en todo en su esplendor. Disfrutaba con la imagen de los coches cubiertos de nieve y los niños que corrían de un lado para otro, sin importarles el frío que hiciera. Le recordaron a los trillizos Záitsen e inevitablemente en su rostro se dibujó una sonrisa. Tenía muchas ganas de que Nelkhael cumpliera su promesa y llevase a los niños a casa de los Doyle a visitarla. Le habían parecido tan dulces que no podía evitar querer su compañía. Además, aun se sentía fascinada ante el hecho de que fuesen iguales.

Conocer a los Záitsen había despertado dos grandes sentimientos en ella. Una inmensa calidez, al encontrarse en el seno de una familia tan unida, y una extraña sensación de nostalgia. No podía evitar preguntarse si ahí fuera habría alguien que la estuviese buscando, y si no era así, ¿qué habría pasado con sus padres? ¿Acaso no les importaba su hija? O quizá simplemente no tenía familia ¿Sería huérfana? ¿La habrían abandonado? ¿Seguirían ellos vivos? Todas esas preguntas esas preguntas rondaban en su cabeza, atenazando la angustia en su corazón sin que ella pudiese evitarlo.

Todavía con la mirada perdida, a través del escaparate vio cómo Judd se adentraba en el pequeño restaurante de la acera de enfrente. Inmediatamente su estómago gruño pidiendo que le hiciera compañía. Se mordió el labio inferior durante un instante y se volvió para encontrarse con James y Ciro, quienes continuaban discutiendo sobre si debían comprar un jersey o no.

-No puedes comprarle eso, morirá de frío si se lo pone- dijo Ciro un poco exaltado.

-¡Por el amor de todos los santos, Ciro! Si por ti fuera, Amy llevaría tantas capas de ropa puesta que una de dos: O muere de asfixia, o tendría que aceptar el hecho de no poder volver a moverse jamás- Exasperado, James seguía intentando persuadir a su sobrino.

Amy se sorprendió ante el razonamiento de ambos, y comprendió que ninguno de ellos se había dado cuenta todavía, de que Judd se había marchado siguiendo los dictados de su estómago. La escena le pareció cómica, ella se había preocupado en un principio, pero ellos llevaban así toda la mañana y Judd le había asegurado que era algo muy común en ellos, por lo que no había por qué darle importancia.

Era la segunda tienda que visitaban, claro que tampoco había muchas más, pero eso a ella no le importaba. La verdad era que no le gustaba que tuvieran que molestarse en comprarle ropa, pero James y Ciro se habían mostrado implacables con el tema, y Amy debía admitir que se sentía feliz de tener ropa propia al fin. Le encantaban sus nuevas botas negras, que le concedían algo más de altura. Los vaqueros claros que llevaba puestos se ceñían a su figura y el suave jersey blanco de lana le quedaba un poco holgado, pero le sentaba bien. Amy todavía no podía creer que fueran suyos y se preguntaba cómo podría llegar a  compensarles algún día todo lo que hacían por ella.

Cogió su negro abrigo nuevo, y decidió que por una vez podría intervenir en su discusión, ya que la expresión indignada de Ciro le decía que podía llegar a ser muy extensa, y Amy tenía demasiada hambre como para esperar a que acabasen. Buscó entre el montón de ropa que le habían hecho probar la que le gustaba, tal y cómo había hecho en la tienda anterior  y se colocó en medio de ambos.

-Ya he escogido la ropa que me voy a llevar- dijo dedicándoles una muy amplia sonrisa al ver sus expresiones de desconcierto, pero pronto se recuperaron y se dirigieron hacia el mostrador sin añadir ni una sola palabra más.

-¿Vamos a por Judd?- preguntó con la esperanza de que dijesen que sí, en cuanto salieron de la tienda.

-¿Y adónde ha ido?-preguntó Ciro, que, tal y como Amy había imaginado, no se había fijado en la ausencia de Judd.

-A comer- para su sorpresa, James respondió por ella, pero en seguida recordó cómo ambos solían notar siempre la presencia del otro de una forma tan profunda y compleja que Amy apenas había empezado a comprender, desde la noche en que había sentido la presencia de Kaleb mirándola preocupado desde la frondosa espesura del bosque.

-¿Tú también tienes hambre?- preguntó Ciro ignorando deliberadamente a su tío, parecía que todavía no se le había pasado el enfado. Amy frunció el ceño y se dijo así misma que le preguntaría a Judd si eso también era común o debía empezar a preocuparse, mientras asentía de forma jovial ante la expectativa de una agradable comida.

Cuando entraron en el restaurante, Judd los esperaba en una mesa para cuatro personas bebiendo tranquilamente una taza humeante de café, para entrar en calor.

-Me gustaría saber qué es lo que has hecho para sacarlos de allí, antes de que incendiasen la tienda la tienda- comentó socarrón, habiendo notado, sin lugar a dudas, la tensión entre James y Ciro. Amy sonrió, Judd le respondía con esas palabras a su pregunta no realizada, confirmándole que no debía preocuparse con una burla como esa.

-¡Oh! Muy sencillo, me adelanté a ellos y la incendié yo antes- le siguió la broma, sacando así una torcida sonrisa de los labios de Judd, y sorprendiendo a sus otros dos acompañantes, que terminaron por esbozar una sonrisa y relajarse mientras esperaban al camarero para pedir la comida.

Mantuvieron una charla amigable mientras comían, a pesar de que James parecía distraído. Pero a la llegada del postre, Judd y James empezaron a intercambiar miradas significativas paulatinamente, por lo que Ciro y Amy esperaban expectantes a que alguno de los dos les explicase qué ocurría.

-James y yo hemos decidido que es hora de que Amy explore un poco el pueblo.- Judd fue quien tomó la iniciativa, hizo una breve pausa para clavar su fría mirada en Ciro-. Ella sola.

Ciro ya empezaba a abrir la boca para protestar, cuando Amy dejó escapar un pequeño grito de entusiasmo. Feliz por la noticia e impulsiva como siempre se levantó de su asiento para lanzarse a los brazos de Judd, con una inmensa sonrisa en los labios, y, sorprendiendo a todos los sentados a la mesa, depositó un enérgico beso en su mejilla.

-Muchas gracias.

Judd se limitó a asentir y por primera vez Amy atisbó un leve rubor en su rostro. Ella se separó de Judd y enseguida buscó la mirada de Ciro, quería que él lo entendiera, no tenía recuerdos y quizá no supiera muy bien cómo enfrentarse al mundo que estaba esperándola fuera, pero debía aprender por sí misma, ya no era una niña pequeña y necesitaba cierta independencia. Ciro apartó su mirada de la de ella con resignación, y Amy se aseguró de darle un fuerte abrazo antes de emprender su camino. Se puso su bufanda y su gorro nuevos que combinaban con el color de su jersey y accedió a abrocharse todos los botones del abrigo para dejar al muchacho más tranquilo.

Durante horas, Amy caminó sin rumbo fijo, deambulando por el hermoso pueblo, feliz por poder conocer algo más de Glorysneg. Al fin y al cabo, ese era su nuevo hogar, y disfrutó cada momento como una niña, admirando las pequeñas casas, en su mayoría con tejados a dos aguas cubiertos de nieve, al igual que las calles por las que paseaba. Miraba a las personas que la rodeaban, había familias con sus hijos, abuelos que se reunían con sus amigos y también algunos solitarios que al igual que ella disfrutaban de su independencia, y se encontró sobrecogida por las sensaciones que le transmitían las amables gentes del pueblo de la gloria nevada, quienes ni siquiera reparaban en su presencia. Sin entender por qué, saber que pasaba desapercibida despertó en ella una sensación de regocijo. Era como si de pronto encajara una pieza del rompecabezas que suponía el mundo para ella.

De pronto, se dio cuenta de que había llegado a las afueras del pueblo y se encontraba a punto de deshacer su camino cuando se topó con un cartel que le indicaba el camino hacia la playa. Sus ojos se iluminaron llenos de emoción y en su mente ya solo rondaba la idea de volver a ver el mar de Kara, que tanto la había embaucado. Amy recordó con detalle la noche en que Kaleb se lo había mostrado por primera vez. Continuó su camino perdida en sus pensamientos sin prestar atención a su alrededor, e iba tan ensimismada en su pensamientos que no vio al rubio muchacho que observaba la playa desde la distancia hasta que chocó contra su prominente espalda. El impacto logró desestabilizarla y acabó cayendo al suelo de bruces. El robusto muchacho se volteó y la sometió al duro e implacable escrutinio de su mirada.

-Te reconozco, tú debes de ser la niña que causa tanto revuelo entre los míos- su mirada la recorría de forma lasciva y desvergonzada-. Amy Nóvikov, si no me equivoco.

Ella estaba totalmente desconcertada, no sabía quién era ese hombre, pero su charla no auguraba nada bueno.

-¿Cómo sabes quién soy?- la dureza de su voz la sorprendió incluso a ella.

-No creo que eso importé, pero que no te sorprenda, pequeña; en un pueblo tan pequeño, una extraña resulta ser una novedad.

Le tendió la mano para ayudarla a levantarse, Amy dudó un segundo antes de aceptar su ayuda, pero no iba a dejar que pensara que la intimidaba, así que agarró su mano con firmeza y, en cuanto estuvo de pie, trató de soltarse y retirar su mano de entre las suyas. Sin embargo, él retuvo su mano un momento y algo en su mirada de oro líquido la hizo estremecer, mientras en su interior luchaban con desesperación el impulso de salir corriendo con el impulso de acercarse más a él. Supo que el segundo impulso no era suyo, si no que había algo en él que la obligaba sentirse atraída, como si de un imán se tratase, recurriendo a sus instintos básicos como mujer. Sin saber cómo, una inmensa repulsión que nacía de lo más profundo de su ser se apoderó de ella y retiró su mano con brusquedad.

-¿Y quién eres tú?

-Pequeña descarada, deberían enseñarte a tratar a tus superiores con más respeto- se burló- mi nombre es Sergei Smirnov.

-Pues lamento mucho haberme tropezado con usted- soltó la última palabra como si se tratase de veneno-, si me disculpa he de seguir mi camino.

Sin esperar su respuesta, Amy emprendió el camino más largo hacia la playa, sólo para alejarse cuanto pudiera del joven cuyos ojos dorados se mantenían clavados en ella mientras caminaba. Aun así adoptó un paso tranquilo, no le daría la satisfacción de verla salir corriendo. Para su desgracia tuvo el presentimiento de que sus caminos volverían a cruzarse, lo que sólo logró que aumentase su nerviosismo, y Amy rezó porque ese momento no llegase pronto, pero sobretodo esperaba poder estar preparada para enfrentarse a él, pues ya había deducido que era muy peligroso y no sabía a qué debería de atenerse.


Angie.

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