8 de junio de 2015

Capítulo XXXI: Mano a mano

El sol apenas rasgaba el horizonte, pero ella había salido ya de casa. Envuelta en su grueso abrigo negro, aprovechó las sombras del día incipiente para pasar inadvertida ante los ojos del todavía durmiente pueblo Glorysneg, y se deslizó con el máximo sigilo entre las casas. Tras mucho meditarlo, la noche anterior había enviado un sencillo mensaje de texto, totalmente codificado por lo que pudiese pasar, y ahora el plan más improvisado se había puesto en marcha. Amy se descolgó por la ventana de su dormitorio con cuidado, se reunió con ella al final de la calle y caminaron a trote ligero hasta la linde del bosque. Un silencio sepulcral las mantenía, al mismo tiempo, distanciadas pero cómplices, y cuando llegaron al claro del bosque Nika suspiró con pesadez.

— Perdona el secretismo, pero no podemos arriesgarnos a que alguien nos descubra — Sonriendo, se colocó un mechón tras la oreja.

— No hay problema — Respondió Amy, con la preocupación inundando sus ojos verdes —. Pero, Nika, esto de aprender a luchar… Bien, tiene sentido para mí, pero tú ya eres un demonio. Lo que quiero decir… es que…

— Sí, ya sé lo que me vas a decir — Interrumpió —. Pero los demonios mujer no tenemos ningún tipo de entrenamiento. El potencial es el mismo en ambos sexos, pero por convención social las mujeres son educadas para obedecer — Puso los ojos en blanco, hastiada por esas costumbres tan sexistas.



— Vaya… Entonces no perdamos más tiempo — En los ojos de Amy brilló una llama verde, y Nika pudo sentir cómo su poder latente hervía a punto de estallar. No era la primera vez que luchaba, recordó, Amy había matado a Sergei, se había enfrentado a Kaleb, y quién sabe qué más. Retrocedió un paso, desviando la mirada a causa de un repentino sentimiento de temor. En el rostro de la heredera de Pandora se reflejó una preocupación notable  —. ¿Ocurre algo?

— Bien, esto es algo… bochornoso. Yo nunca… En fin, he peleado alguna vez, pero nunca… — Suspiró profundamente. ¿Por qué tenía que ser tan complicado todo? — Es la primera vez que me transformo, Amy. No sé cómo va a salir esto, así que te agradecería que me dejases un minuto de ventaja.

— Ah, claro, no hay problema — Sonrió, pero en seguida recordó un elemento que le borró la alegría del rostro —. Nika.

— ¿Sí? — Respondió la aludida, quitándose el abrigo y dejándolo bajo uno de los grandes árboles que circundaban el claro.

— ¿Tú también tienes alas? — La mediana de los Kirchev tragó saliva, consciente del dolor que seguía presente en aquella muchacha. Asintió con la cabeza en silencio y se alejó unos pasos de ella, dejando ver la espalda al aire que descubría su ligera camiseta gris. Cerró los ojos y trató de concentrarse en ese poder que fluía en su interior, que palpitaba tanto o más que su corazón, que se había activado hacía tan poco pero que le resultaba tan conocido. Como si fuese un torbellino, lo sintió dar vueltas y más vueltas, acumulándose en el centro de su pecho antes de explotar y alcanzar cada rincón de su ser. Sus ojos lagrimearon, abrasados por un calor interno que jamás había sentido, y en su espalda una presión que la obligó a caer de rodillas sobre el césped nevado. Casi como si dos garras quisiesen despedazar su carne, dos nuevas extensiones de su cuerpo surgieron lacerando su pálida piel y dejando un fino rastro de sangre sobre esta. Las alas se desplegaron, inmensas, cada una del largo de su propio cuerpo, membranosas, fibra plomiza y resistente, fuertes, forjadas con la piel del dragón primigenio. Henchido el pecho de orgullo, observó cómo sus uñas se transformaban en garras, pero esas las conocía bien. Observó a Amy, que esperaba expectante y enmudecida.

— Creo que ya estoy lista — Respondió, sonriendo, tratando de evitar que Amy pensase en Kaleb. No obstante, ella no parecía dispuesta a escuchar. Su rostro estaba pálido como la nieve que las rodeaba, sus ojos, abiertos como platos, parecían perdidos en un turbio recuerdo del que Nika prefería prescindir, y todo su cuerpo se había convertido en un hervidero de tensión y poder fluctuante que amenazaba cada vez más con estallar — ¿Amy? ¿Estás bien?

— ¿Eh? Sí, perdón. Empecemos.

La aparente intranquilidad de Amy se transformó en una seguridad firme como el hierro, sus ojos resplandecieron con el verdor de sus llamas, y su aura de peligrosidad comenzó a crecer a ojos de Nika. Silbó, sorprendida, y sonrió antes de dar su primer — y torpe, por qué no decirlo — aleteo. Se elevó unos palmos sobre el suelo y tomando impulso se lanzó hacia su amiga, dispuesta a prepararla contra cualquier enemigo. Si había algo que pudiese hacer, lo haría. Incluso si suponía arriesgarlo todo.

La joven heredera de Pandora la esquivó sin ningún tipo de dificultad, y aunque Nika se apoyó en un árbol para impulsar el giro no logró despistarla. Un escudo flamígero se instauró alrededor de su cuerpo, amenazante, imponente, y la pequeña de los Kirchev le dedicó una sonrisa.

— Nada mal, desde luego me llevas ventaja — Alzó el vuelo con aires de grandeza, tanto como aquel magnífico par de alas membranosas le permitió, y se lanzó en picado hacia Amy —. ¡Pero no te lo voy a poner tan fácil!

Aquella defensa vibrante se transformó en un ejército de lenguas de fuego que, girando a velocidades imposibles, salieron despedidas hacia el cuerpo de la dragona. Esta, orgullosa de sí misma, logró esquivar los proyectiles, y rozó la cabellera de su adversaria, quien había echado a correr para poner un poco de distancia.

— ¡Tampoco yo voy a dártelo hecho! — Las danzantes lenguas se fusionaron de nuevo, esta vez en forma de muro, y como si de una ola se tratase relampaguearon en su caída, abarcando una altura de diez metros y una longitud de casi quince. Con un veloz impulso, la muchacha de los ojos plateados logró ponerse a salvo por muy poco. Sin embargo, Amy fue más rápida que ella, e hizo saltar chispas de su océano de fuego esmeralda. Cada chispa estalló justo contra las alas de Nika, quien se vio zarandeada en el cielo y perdió altura por la inestabilidad — ¡Nika!

— ¡No tan rápido, llamitas! — Aun con las alas resentidas, planeó hasta alcanzar a su amiga, la cogió en brazos y la levantó del suelo unos cuantos metros, haciéndola volar por el claro sin hacer caso a sus súplicas.

— ¡Nika, no! ¡Ay! ¡Bájame!

— ¡Vas a tener que obligarme!

Amy no se lo pensó dos veces y, sonriendo con malicia, generó un nuevo escudo a su alrededor, una defensa que habría abrasado la piel de Nika si no la hubiese soltado a tiempo. El fuego la amparó en su caída, y para cuando se puso en pie la otra había aterrizado. Se dedicaron una mirada fugaz antes de echarse a reír por lo ridículo de la situación. Si alguien las encontraba, estarían muertas en menos de lo que canta un gallo, pero a ninguna de las dos les importaba realmente. Al parecer, morirían de una forma u otra, así que ¿qué mejor que hacerlo junto a alguien a quien quieres?

— Preferiría que no hicieses eso otra vez — Amy frunció el ceño, todavía sonriente.

— De acuerdo, nada de diversión para ti — Nika se tensó al posicionarse en modo de ataque —. Esta vez te toca a ti.

Una espiral envolvió a Amy según se abalanzaba sobre su amiga, que correspondió esquivándola y haciéndola caer sobre su cuerpo. Antes de que pudiese reaccionar, cerró las alas sobre su adversaria, envolviéndola en un capullo membranoso del que no se libraría tan fácil. La heredera de Pandora meditó sin dejar de revolverse contra el cuerpo de Nika, no podía hacer mucho sin causarle daños graves a su amiga, y eso no le gustaba. Entonces, una idea floreció en su mente.

Como pudo, reptó contra el cuerpo de Nika y las bien cerradas alas, y deslizando una mano fuera de la improvisada prisión comenzó su afanada búsqueda por una vía de escape. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía; sabía exactamente cómo salir de entre aquellas alas. Enterró su mano bajo la camiseta de Nika, rozó su espalda y al fin alcanzó la raíz de las membranosas extremidades. Sin pensárselo dos veces, pellizcó la espina central, provocando a Nika un espasmo que la obligó a abrir la prisión de par en par.

— ¡Lo sabía!

— ¿Qué narices me has hecho? — Nika frunció el ceño, asustada. Siempre le habían dicho que debía proteger sus alas a toda costa, y empezaba a comprender por qué.

— Lo siento, yo sólo… Vino a mi mente, ¿sabes? — Se disculpó, desviando la mirada, tal vez el peor error desde que ambas llegaran al claro. Frente a sus ojos, pudo ver la marca del dragón, bien perfilada sobre el riñón derecho de Nika, negruzca y perfecta como la que su hermano lucía en el pectoral, como la que ocupaba sus pensamientos desde la fatídica noche. Le resultaba imposible apartar la mirada de los ojos del dragón, del mismo modo que le resultaba imposible olvidar.

— Amy — La voz de Nika resonó en sus mientes, pero fue incapaz de reaccionar  —, Amy, despierta.

Con delicadeza, la joven Kirchev agitó a su amiga por los hombros, pero no sirvió de nada. Entonces, decidió seguir los ojos verdes de Amy, y en seguida pudo contemplar la marca de los hijos de Belphegor reluciendo sobre su piel. Tragó saliva.

— Amy, Kaleb no está aquí, no tienes nada que temer — Su voz fue un débil susurro cargado de compasión —. No voy a hacerte daño. ¿Sabes? Creo que deberíamos dejarlo aquí.

No hubo respuesta, ni siquiera física, por lo que Nika se incorporó aun con su amiga a horcajadas sobre ella, la abrazó con fuerza y esperó. No fue consciente de cuánto tiempo permanecieron de aquel modo en medio del claro, pero no le importó, porque no podía hacer otra cosa. Hay heridas que no se cierran, sino que se abren cada vez que son recordadas.

El viento sopló gélido, con más fuerza que antes, y ambas sintieron un escalofrío que las hizo estremecer, recordando así que seguían aferradas a la otra. Se miraron a los ojos y se sonrieron; la tormenta había cesado o, por lo menos, atenuado. Caminaron en silencio hasta refugiarse bajo la sombra de un gran árbol, se sentaron la una frente a la otra y, en vista de que Amy no parecía preparada para empezar la conversación,  Nika se echó a hablar:

— Hay otras cosas que me gustaría que supieses sobre los demonios de Glorysneg. No todos somos iguales ni tenemos el mismo aspecto, y creo que te vendrá bien estar prevenida en cuanto a esto — La muchacha de imponentes ojos verdes asintió, centrándose por primera vez desde que la lucha había terminado. Nika se acomodó y contuvo el aire mientras plegaba sus alas y regresaba a su forma humana. Dolía. Escocía. Una mueca de dolor se dibujó en su rostro, incluso se permitió ahogar entre dientes un quejido molesto. Poco a poco, dejó de sentir quemazón en la piel de su espalda, supo que las heridas se estaban cerrando; la marca tardaría algo más en desaparecer, por lo que aprovechó para taparse con el abrigo y evitar nuevo dolor para Amy. Esta la miraba fijamente con la preocupación tatuada en las pupilas.

— ¿Te duele mucho?

— Tranquila, sólo molesta las primeras veces. Es como el sexo para las mujeres humanas — Amy arqueó una ceja, sin entender del todo la diferencia —. No me mires así, a las mujeres demonio no nos duele.

— ¿Ah, no? — Sus ojos se abrieron de par en par, Nika no pudo evitar reírse.

— No, no nos duele. En cuanto llegamos a nuestra madurez, nuestro cuerpo está biológicamente preparado para ser perfecto, y sólo puede ser dañado por lo sobrenatural. Y el sexo es algo natural en todas las especies — Le guiñó un ojo, sacándole una sonrisa —. Además, tampoco corremos riesgo de quedarnos embarazadas, sino que podemos controlarlo a nuestro antojo.

— Vale, eso sí que me gusta — Se sonrieron —. Entonces, ¿qué más quieres enseñarme?

— Ah, cierto. Las familias. Vamos a ver… — Se llevó el índice a los labios y meditó observando el cielo con sus orbes férreos — Hay siete familias de demonios, una por cada uno de los demonios originales, que están vinculadas con un animal. Los Kirchev somos los herederos de Belphegor, y como ya sabes nuestro animal es el dragón. Los Smirnov son los herederos de Leviatán, y su animal es la serpiente. Después está los Korsakov, herederos de Mammon, cuyo animal es la rata; los Luzhin, herederos de Lucifer, tienen una cabra en su blasón. Para los Shishkin es el gallo, pues son los herederos de Astaroth; y para los Sorokina, herederos de Asmodeus, el gato. Por último, los Berezutski, herederos de Beelzebub, tienen un búho como animal. ¿Me sigues?

— Eso creo — Amy asintió, abrumada por la cantidad de información y de enemigos que se le venían encima —. Entonces sólo los Kirchev tenéis alas, ¿no?

— Exacto. Todos tenemos una marca con nuestro animal, marca que sólo aparece cuando nos transformamos y que cada uno tiene en un lugar distinto. Yo, como hemos averiguado hoy, la tengo en el riñón derecho, y mi hermano — Se corrigió antes de meter la pata otra vez — Theodor la tiene en el antebrazo izquierdo, muy cerca de la doblez del brazo. Pero los rasgos físicos son distintos en cada familia. ¿Por qué no intentas adivinar alguno?

— Está bien, veamos… Los Sorokina, por ejemplo — Recordó con cariño a la amable señora que tanto gustaba de charlar sobre otros habitantes del pueblo, y en el fondo de su alma esperó no tener que enfrentarse  a ella —, que son ¿herederos de Asmodeus? — Nika asintió con una sonrisa y Amy suspiró como si estuviesen en clase y aquello fuese un examen — Bien, creo que los demonios de esa familia tendrán orejas peludas y cola de gato.

— Muy bien, aunque te han faltado los bigotes — La joven del pelo rizo se echó a reír —. Te estoy hablando en serio, los bigotes de un felino son muy útiles para colarte sigilosamente en cualquier lugar.

— No lo dudo, no lo dudo. Sigue, por favor.

— Los Berezutski tienen grandes alas con plumas, y sus ojos se vuelven redondos y azules, tienen una visión prácticamente perfecta y retuercen el pescuezo que da gusto. Los Shishkin también tienen alas de plumas blancas, y además no les sirven para volar. Les sale una cresta roja en la cabeza y ¡no te rías!

— Perdón — Se secó una lágrima, apenas podía contenerse. En comparación con lo temibles que se presentaban los dragones Kirchev, el resto parecía un circo —, prometo no interrumpir más.

— Los Luzhin tienen cuernos y patas de cabra — Una vez más, Amy rompió a reír; Nika puso los ojos en blanco y continuó —, y los Korsakov una larga cola de rata, pelo grisáceo y un agudo olfato.

La joven de oscuros rizos hacía lo posible por mantener la compostura, pero la sola idea de luchar contra un demonio con cresta de gallo, con cola de rata o con ojos de lechuza le provocaba una oleada de incredulidad. Sin embargo, y a pesar de que a Nika también empezaba a costarle eso de no reír, tuvo que calmarse al escuchar:

— No te gustará si cualquiera de ellos te atacan — El ambiente se relajó un poco.

— Lo siento. No te enfades, anda, y cuéntame qué les pasa a los Smirnov.

— Es una buena pregunta — Se miraron a los ojos un segundo —, lo cierto es que nunca he visto a un Smirnov transformado. Sé que tienen colmillos y por lógica tendrán escamas, pero… Me has pillado, no tengo ni idea.

— Vas a tener que preguntarle a Dimitri — Arqueó las cejas con media sonrisa torcida —. Seguro que no le importa transformarse para ti.

Las mejillas de Nika se encendieron hasta volverse incandescentes, de sus ojos abiertos como platos sólo salía brillo bochornoso, apenas fue capaz de responder sin tartamudear.

— ¡A-Amy! — En realidad, aunque Amy no lo sabía, acababa de tocar un tema mucho más vergonzoso de lo que podía parecer en primera instancia. Para los demonios existía un ritual vinculado al matrimonio que consistía en atravesar la última barrera y mantener relaciones estando ambos en forma demoníaca. Al contrario que el sexo humano, aquella forma de unión tenía unas connotaciones muy distintas, un significado emocional profundo que rara vez se vivía con distintas parejas. Por decirlo de algún modo, se trataba de una ceremonia que sólo ocurría entre dos demonios destinados el uno al otro.

Nika sintió cómo el corazón se le aceleraba al pensar en ello, al imaginarlo muy superficialmente pero con el suficiente detalle como para vislumbrar en su mente a Dimitri, cubierto de escamas, mostrando dos afilados colmillos entre esos labios perfectos que cuanto más besaba más deseaba. Tragó saliva.

—  Te gusta de verdad, ¿no?

— No quiero aferrarme a nadie, Amy. No quiero perder a nadie más — Su pálido mortecino sustituyó al color carmesí que teñía sus pómulos, y una mueca inexpresiva borró su sonrisa —-. He perdido a Vladimir y es como si hubiese perdido a mi hermano. Si fracaso, podría perderte a ti. Sé que soy afortunada y tengo más de lo que merezco, pero me da miedo perder a nadie más.

— Siento desilusionarte, pero a mí no me vas a perder. Y ese chico no tiene pinta de saber lo que significa rendirse — Le sonrió.

— Sí, claro, sois igual de tercos. El caso es que… — Enmudeció, pues en su fuero interno sintió una presencia demoníaca aproximándose a ellas. Hizo señas a Amy para que no hablase ni hiciese ruido, pero volvieron a respirar tranquilas cuando vieron al susodicho hijo de los Smirnov acercarse entre la arboleda — Ah, hola, Dimitri.

— Chicas, tenemos un problema — Se acuclilló frente a ellas con cara de circunstancia, la mirada de sus ojos áureos vagó de la una a la otra —. El chico de los Doyle acaba de salir corriendo por el camino por el que venía yo, y mucho me temo que va camino a hacer una estupidez.

— ¿Ciro? — Alertada, Amy se puso en pie. Los dos demonios la imitaron — ¿Por dónde?

— Por aquí, dejad que os guíe — El muchacho las condujo entre los árboles con bastante prisa —. ¿Tenéis idea de adónde ha podido ir si es que os estaba escuchando?

Las dos se miraron y, con la cara hecha un poema, pronunciaron al mismo tiempo:

— Kaleb.


Emily






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