La mañana había sido una tortura, clase
tras clase, sin conseguir atender a nada y evitando las constantes preguntas de
sus compañeros sobre la ausencia de Ciro y Nika. Había acabado escondida en la
hora del recreo, en un recóndito rincón de la biblioteca, aunque verdaderamente
no hacía falta porque siempre estaba vacía. Sin Nika por allí, lo único
que hacía Amy era pensar una y otra vez en los hechos del día anterior. El
deshago y la diversión que había obtenido entrenando con Nika, parecían un
extraño recuerdo de otra vida. Todo lo que había ocurrido después de eso, había
sido una más de sus pesadillas.
Además, Dimitri había desaparecido tan
rápido como sus pies se lo permitieron. En cuanto dejó a Ciro sobre la mesa de
la cocina y colocó a Amy frente a Judd a modo de escudo humano se esfumó, dejándola
a merced de dos lobos ansiosos de muchas explicaciones. Amy sabía que Dimitri
había intercambiado unas breves palabras con James, pero por más que lo
intentaba no lograba recordar lo que ambos se habían dicho. Para su desgracia
sí recordaba el severo interrogatorio de Judd mientras vendaba sus manos, en
las que tenía quemaduras de segundo grado, que no estaban sanando tan rápido
como era de esperar.
No había podido seguir los diálogos que
intercambiaban James y Judd, mientras se ocupaban de las heridas de Ciro.
Tampoco había podido hacer nada por ayudarlos más que sentarse a observar. Todo
se había ido desdibujando poco a poco, hasta que se quedó dormida en una de las
sillas de la cocina. Judd le había dicho que le había subido mucha fiebre, y que
él mismo la había llevado a su dormitorio. Había pasado todo el día
durmiendo, pero esa noche en la madrugada se había despertado sola en su
cuarto, sin comprender todavía cómo había llegado hasta allí. La cabeza le daba
vueltas y un incesante pitido en los oídos la perturbaba. Le llevó bastante
tiempo comprender que estaba tumbada y que el suelo no se movía; cuando lo
hizo, salió de la cama demasiado rápido para su cuerpo inestable y se cayó de
bruces sobre la alfombra. Se mareaba, esa luz que había toqueteado su mente le
había dejado secuelas, y le costó dos intentos más ponerse en pie y mantenerse
sin caer. Consiguió alcanzar la puerta y recostó la cabeza sobre ella. Cuando
por fin consiguió algo de estabilidad salió de su habitación, y se pegó a la pared
asegurándose de no caer.
Caminó por el largo pasillo hasta llegar a
la habitación de Ciro. Amy recordaba haberle rezado a Pandora porque lo
hubiesen subido a él también al segundo piso, temerosa de tener que bajar las
escaleras ella sola. Por suerte, sus plegarias fueron escuchadas, y lo encontró
tumbado en la cama, muy quieto, tanto que asustaba, puesto Ciro siempre daba
muchas vueltas cuando dormía, y verlo tan inmóvil la angustió lo suficiente
para atreverse a entrar en la desordenada habitación, para poder aproximarse
más a él.
El cuarto estaba bañado únicamente por la
tenue luz de una farola cercana, pero le bastó para ver la respiración pesada
de Ciro, y lo impolutamente colocados que estaban sus vendajes. Antes de que se
diera cuenta ya le estaba acariciando el pelo mientras revisaba que todo
estuviera bien. Jamás pensó que se despertaría. Cada una de las palabras dichas
esa mañana retumbaban en su mente, iban y venían al igual que un columpio.
Escuchaba su voz tan nítida como si estuviera frente a ella en ese mismo
instante:
- ¿Está todo en orden, enfermera? - Le había preguntado, quejumbroso, tratando de romper el hielo.
Amy se sobresaltó tanto que tiró varios
objetos de la mesilla de noche, y con cuidado de no marearse, se agachó para
recogerlos antes de responderle.
- No lo sé - Susurró mientras seguía
recogiendo para no tener que enfrentarse a su mirada.- Ciro, yo...
-¿Por qué te quieren muerta los demonios?
¿Quién eres, Amy? - Preguntó sin dejarla acabar viendo que Amy no iba a dejar correr el tema.
Amy dejó caer el libro que tenía en la
mano y miró a Ciro como si no lo hubiese visto nunca. Sintió un par de
pinchazos en la cabeza por el movimiento brusco, pero a esas alturas ya era una
experta en la materia de ignorar el dolor.
-Pues yo, en fin... ¿Qué es lo que sabes
de la historia de los patriarcas de este pueblo?
Ciro frunció el entrecejo sin comprender,
y Amy se fijó en que le costaba mirarla desde la cama. Se levantó con cuidado
para sentarse en la cama junto a él, aprovechando para encender la lámpara de
su mesita de noche.
- Sé que eran demonios superiores, la
élite de los demonios, los más fuertes de la historia, y que una mujer se
encargó de matarlos a todos. ¡Ah! Y que aquí viven sus descendientes. ¿Qué
tiene que ver eso contigo?
- La mujer de la que hablas, la que venció
a los demonios, era Pandora, y ella cedió todos sus poderes a una humana. Y yo
soy la descendiente de esa humana.
Ciro permaneció un rato en silencio
asimilando la información, y Amy se concentró en observar las sombras que
creaba la tenue luz de la lamparita.
- ¿Desde cuándo lo sabes?
- Lo descubrí poco después de la muerte de
Vladimir.
- ¿Lo recordaste? - Preguntó, dolido.
- No, Nika lo descubrió - Se apresuró a
aclarar, mirándolo por primera vez a la cara. Si consiguiese recordar algo,
Ciro sería una de las primeras personas en saberlo.
- ¿Y por qué no me lo dijiste? - Preguntó
mirando hacia la pared contra la que estaba pegada la cama, siendo él esta
vez quien no quería mirarla.
-Porque era... Es un secreto - Explicó Amy
poniéndose un mechón de pelo detrás de la oreja, nerviosa -. Si algún demonio
más lo descubre podrían tratar de matarme.
- ¿Como hizo Kaleb Kirchev?
- Sí, igual que él. No se lo he dicho a
nadie.
- A él sí - Le recriminó Ciro, volviendo a
mirarla por fin a la cara.
- No - Susurró Amy sorprendida por el dolor
que se reflejaba en el rostro de su amigo - Él lo descubrió. Se peleó con Nika
y ella se lo dijo.
- Pero si no se lo habrías dicho tú.
Amy calló. No podía discutírselo, se había
resistido a contárselo, pero Amy sabía que de no habérselo dicho Nika ella
misma habría acabado confesándoselo. Se mordió el labio inferior y llevó
inconscientemente la mano a su colgante de media luna.
- Judd también lo sabe, ¿verdad? Por eso
el tío James y yo nos fuimos de viaje - Continuó Ciro hilando todas las
partes.
-Sí.
- ¿Sabe lo que trató de hacer Kaleb?
- Sí.
Ciro rió sin ganas e hizo una mueca de
dolor. Amy agarró tan fuerte su colgante que se hizo daño en las quemaduras, y
Ciro al verlo se lo quitó de entre las manos, preocupado. El contacto fue tan
inesperado que ambos se quedaron muy quietos mirándose. Amy no pudo soportar
esa tensión, y le sujetó la mano con los ojos vidriosos y llenos de lágrimas
sin derramar.
-Ciro, yo te quiero mucho. Al principio no
te lo dije por estaba asustada - Las lágrimas rodaron por su rostro, pero Amy
lo ignoró y siguió con su directiva -. Y luego pasó lo de Kaleb, y todo se
complicó. Y yo... yo quería evitar esto - Explicó airada señalando su cuerpo
cubierto de heridas, y lloró con más fuerza -. Yo sólo quería evitar esta confrontación.
Sólo quería que no te pasara nada, porque ahora sois mi familia, y si os pasara
algo a vosotros... yo... - Su mirada se perdió en el infinito al igual que su
discurso, la angustia le ponía trabas para encontrar las palabras -. Yo
simplemente no sé qué haría. Porque os quiero. Y no me imagino una vida sin
James despertándome por las mañanas, sin Judd limpiando metódicamente sus
utensilios, hasta que llega James, le pone una taza de café y le da un beso.
Sin ti discutiendo con James por todo, y estando a mi lado siempre que te
necesito - Amy hizo una pausa y aprovechó para limpiarse la cara con la maga
del pijama -. No es que no confiase en ti, Ciro. Quería protegerte. Cuidarte
igual que tú cuidas de mí, porque no sé si tengo algún hermano en algún lugar o
no - Dijo volviendo a lagrimear de forma inevitable - Pero tú has sido como uno
para mí desde que llegué aquí, y lo último que quiero es hacerte daño - Sollozó
inconsolable, llevándose las manos a la cara -. No sé cómo me ves tú a mí, pero
yo no te puedo ver de otra manera. Lo siento - Lloró con todo el dolor de su
corazón -. Lo siento mucho, yo no quería hacerte daño. Lo siento tanto, Ciro.
Lo siento.
- ¡Hey! - Ciro cortó sus incesantes
disculpas, se arrimó a ella y le apartó las manos de la cara para poder
limpiarle las lágrimas - Tranquila, Amy, ya lo sabía - Hizo una pausa en la que
esperó a que ella le devolviese la mirada -. Lo he sabido siempre, es sólo
que... - Se interrumpió, dejando caer la mano que tenía sobre su rostro y
revolviéndose el cabello -. Es sólo que eres la persona más... - Se detuvo de
nuevo buscando las palabras adecuadas, poniendo a Amy más nerviosa de lo que
estaba - adorable, más entrañable que he conocido nunca. Y fuerte. Tan
fuerte... llegaste aquí destrozada y sin memoria, y ni un solo día te he visto
llorar por un pasado que no tienes, ni una sola vez te he visto rendirte ante
cualquier adversidad. Por Dios, Amy, el hombre al que amas trató de matarte y
tú lo encaraste. Le hiciste comprarle una maceta a la señora Sorokina - Ambos
sonrieron al recordarlo.
- Ese día se portó como un cretino y se lo
merecía - Añadió Amy, y los dos volvieron a sonreír.
- Sin duda - Sentenció Ciro con una
sonrisa amarga, y miró hacia el cuadro de un barco que colgaba sobre la pared
que estaba frente a ellos, justo al lado de su desordenado escritorio.
Amy supo que buscaba la forma de
expresarse. Al contrario que ella, que hablaba demasiado cuando se ponía
nerviosa, Ciro se queda sin palabras, por lo que calló esforzándose por no
desesperarse.
- Mira, simplemente nunca había querido
tanto a alguien - Explicó y sus ojos se empañaron, asustando a Amy -. A lo
mejor estoy confundido, no lo sé, ya no sé si te veo como a una hermana o como
a una mujer. Sólo sé que cuando te veo con él, me muero de rabia y celos.
Muchos celos - Confesó, cerrando la mano en un puño.
Amy se mantuvo un instante en silencio, y
luego se recostó junto a él, pensativa.
- A lo mejor eres un hermano celoso,
protector y posesivo. A Kaleb le pasa con Dimitri. No sabes cómo se pone. A
veces pienso que si Nika se hiciera monja, él bailaría la sardana y luego se
sentaría en su sillón feliz y satisfecho para el resto de su vida.
Ciro rió a su lado, y el dolor de las
costillas le hizo maldecir.
-¿Sabes? No sé si soy todo eso, pero sí
que soy rencoroso. Así que esfuérzate por ser mejor enfermera o te echaré de mi
cama.
A partir de ese momento pudieron hablar
más tranquilos hasta que les venció el cansancio. Por primera vez desde que
había llegado a Glorysneg, no había tenido ganas de levantarse de la cama
cuando James la encontró en la habitación de Ciro. Pero a pesar de que las
cosas estaban bien con su amigo, Amy no podía dejar de sentirse abatida. No
podía ignorar que él estaba postrado en una cama por su culpa, al igual que Nika.
Las imágenes de la pelea la atormentaban una y otra vez, tanto como el aspecto
lamentable de Nika cuando echó a correr detrás de su hermano, y ahora Dimitri
sabía su secreto. Todo lo malo en ese pueblo ocurría por su culpa, y empezaba a
perder las esperanzas de que algún día pudiera recuperar sus recuerdos. Es más,
les tenía miedo; si todo el que se acercaba a ella sufría ¿qué habría pasado
con su familia?
Pasó el resto de la mañana escondida en la
biblioteca, encerrada en sus pensamientos y sumida en la tristeza que se
anclaba en su pecho, sin dejarla respirar con tranquilidad. No salió de allí
hasta que sonó la campana que le indicaba que era hora de volver a casa.
Cuando llegó a la salida de la puerta
principal, se encontró con Kaleb, que llevaba un pequeño paquete entre las
manos, y apartó la mirada en cuanto la vio.
-¿Cómo está Nika? - Preguntó con voz rota,
apesadumbrada, como si hubiese despertado de un sueño. Kaleb la miró
sorprendido.
- Bien. Ella está mejor, sólo necesita
descansar - Respondió tratando de tranquilizarla.
Ambos se quedaron mirándose el uno al
otro, y Amy se fijó en las sombras que bordeaban sus ojos plateados y en que
parecía más pálido. Lo que era más, parecía tan triste como ella, aunque uno
tuviera que escarbar mucho sobre la superficie para darse cuenta de ello.
Observó su cuello, en busca de la herida que le había hecho Ciro, pero su piel
estaba perfectamente lisa, sin tan siquiera un rastro de cicatriz. Ya se había
curado.
-¡Oh! Perdona, pasa - Le dijo, apartándose
al darse cuenta de que no le estaba dejando entrar en el instituto. El
rostro de Kaleb se descompuso, y la miró como si le hubiesen salido de pronto
una segunda y una tercera cabeza sobre los hombros.
-Amy Nóvikov, ¿estás siendo amable
conmigo? - Preguntó impresionado - ¿Estás bien? - La increpó, realmente
preocupado.
Amy calló por un momento buscando alguna
excusa o respuesta inteligente.
- No - La verdad salió de sus labios mucho
antes de que ella pudiera controlarlo -. Claro que no - Susurró, exhausta -.
Pero pasa.
- Mi padre puede esperar - Sentenció
Kaleb, que la observaba terriblemente preocupado.
- ¿Tu padre? ¿Y qué hace él en el
instituto? - Preguntó extrañada.
- Es el director - Explicó escueto.
- ¡Oh! No lo sabía - Susurró mirándolo directamente
a los ojos -. Tengo que irme a casa.
- ¿Sola? No creo que debas ir sola, ayer
estabas...
- Entonces acompáñame - Lo interrumpió
Amy, avanzando un par de pasos.
Kaleb tardó unos segundos en comprender lo
que le había dicho, pero rápidamente alcanzó su paso. Por el camino no
hablaron. En un momento dado, Kaleb se dio cuenta de lo mucho que le costaba
llevar la pesada mochila y se la quitó para cargarla él, y el movimiento fue
tan natural que parecía que lo hubiesen hecho siempre así.
El silencio los acompañó hasta plaza más
alejada del pueblo, cuando ya sólo les quedaba el tramo final para llegar a la
casa de los Doyle.
- No puedes acompañarme más. Ahora mismo,
no eres la persona favorita de James ni de Ciro.-Explicó volviendo a coger su
pesada mochila de entre las manos de Kaleb.
- Ni de Judd, supongo - Aventuró él,
y Amy lo miró pensativa.
- En realidad, creo que ahora le caes un
poco mejor - Expresó sus cavilaciones en alto tan extrañada como él.
- ¿Por eso estamos aquí? ¿Porque por algún
extraño motivo le caigo mejor a Judd? - Le preguntó necesitando saber en qué
punto del partido se encontraban.
- No - Respondió Amy totalmente cansada,
suspiró y sentó en uno de los bancos de alrededor -. Estamos aquí porque yo lo
necesito. Necesito esta tregua, necesito un poco de paz. Desde la muerte de
Vladimir no he tenido ni un solo respiro. Día tras día, ha sido un golpe tras
otro más fuerte todavía. Necesito una pausa.
- ¿Y por qué conmigo? - Preguntó mientras
se dejaba caer en el mismo banco que ella, guardando cierta distancia entre
ambos.
- Porque estoy cansada de intentar
imaginar a qué juegas, Kaleb. Porque no lo entiendo, te vi ayer. No
atacaste. Sólo te defendías de Ciro, y me defendiste a mí. Por un segundo
incluso me sentí agradecida contigo. Hasta que decidiste romperle las
costillas, claro.- Explicó sintiendo cómo caían pequeños copos de nieve sobre
su rostro -. Te juro que una y otra vez me pregunto por qué lo hiciste, y no lo
comprendo ¿Lo haces para confundirme? ¿Para ver si bajo la guardia y puedes
hacerme caer de nuevo en algún siniestro juego?
- No - Respondió rotundamente -. Me
confundes con Dimitri - Replicó abatido recostándose en el asiento, tratando de
quitarle un poco de hierro al asunto.
- Te creo - Dijo muy seria -. Pero entonces
¿por qué? - Le preguntó girándose hacia él, buscando respuestas.
Kaleb también se giró para mirarla a los
ojos, verde y plateado enfrentándose en una mirada que hablaba de
demasiado dolor entre ambos. Amy pudo ver la lucha interna de Kaleb, pero
finalmente, en lugar de contestar, se encogió de hombros y volvió a su posición
inicial.
- Debí saber que no sería tan fácil.
- ¿Algo lo es? - Preguntó él mirando hacia
otro lado.
- No - Contestó suspirando - ¿No deberías
llevarle eso a tu padre? - Preguntó, señalando el paquete que Kaleb tenía entre
las manos y volviendo a sentarse erguida.
- La verdad es que ni siquiera sé lo que
es - Arguyó dándole vueltas al paquetito -. Mi madre simplemente dijo que ella
no podía llevárselo a mi padre porque tenía que cuidar de Nika.
- ¿Y te ofreciste?
- No exactamente. Más bien era el único
que estaba en la cocina con ella y me tocó ¿Qué será tan urgente que le lleve?
De pronto, abrió el paquete, curioso,
y dentro encontraron una pequeña caja llena de galletas. Ambos se miraron,
divertidos.
-Tu madre debe querer mucho a tu padre -
Afirmó con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
- ¿Quieres una? - Le ofreció Kaleb.
Finalmente se acabaron el paquete de
galletas entre los dos, sin hacer nada más que ver cómo caía la nieve sobre
suelo. Después de eso, Amy se despidió y volvió a casa de los Doyle,
extrañamente tranquila.
- Amy - Judd llamó su atención desde el
salón -, llegas tarde.
Amy entró en la habitación y lo miró
sorprendida, no sabía cuánto tiempo había pasado en la plaza, pero no era
propio de Judd recriminarle que llegase tarde.
- Lo siento - Consiguió responder.
Amy fue sometida al escrutinio de Judd,
quien la miró de arriba abajo tres veces.
- ¿Ocurre algo? - Preguntó extrañada.
- Nada, compruebo que llegas entera - Dijo
levantándose del sofá para coger sus útiles de trabajo y ordenarlos como cada
tarde -. Antes de ir a ver a Ciro dúchate, apestas a demonio.
- Estudio con demonios - Se defendió.
- ¿También con Kaleb Kirchev? - Preguntó,
volviéndose para ver su rostro mientras alzaba una ceja.
- No, yo... - Comenzó a explicarse
mientras enrojecía.
Judd se acercó a ella y le revolvió el
pelo en gesto afectivo, algo que Amy pocas veces le había visto hacer.
- Dúchate antes de ir a verlo.
Amy asintió y accedió a su petición. En
cuanto salió de la ducha fue a la habitación de Ciro, pero Gabriella estaba con
él. Ambos tenían tan buena atmósfera en el cuarto que no quiso interrumpir, y
decidió que lo visitaría más tarde. Su día no había terminado, y tenía muchas
cosas que hacer en casa.
Angie