12 de abril de 2014

Capítulo XVI: El adiós

La fría brisa que acostumbraba a recorrer el pequeño pueblo de Glorysneg, lo hacía de nuevo aquel día, arrastrando consigo tristeza que flotaba en el ambiente. El cielo lucía encapotado y pequeñas gotas de lluvia caían sobre el césped del sepulcro, de forma casi reverencial.


Junto a Ciro, bajo el paraguas, Amy vestía por primera vez su único vestido negro, y acariciaba con letanía su colgante de media luna. En silencio, agradecía que James se hubiese tomado la molestia de buscarle el tipo de atuendo adecuado para la ocasión. No habría querido ofender a la familia Kornovski con su ignorancia, ya tenían bastante con la pérdida de su hijo. La madre destrozada escuchaba la misa con los ojos empañados y enrojecidos. La pobre mujer temblaba, aferrada al brazo de su marido.


Amy veía aquella misma angustia que transmitía la pareja, reflejada en los ojos de Ciro. Había crecido con Vladimir, habían sido grandes amigos y su pérdida le destrozaba. Ciro atesoraba con premura a las pocas personas en las que depositaba su confianza, y la muerte de Vladimir era un duro golpe para él. Impulsiva como siempre, lo abrazó queriendo ofrecerle su consuelo. Él no tardó en rodearla con sus brazos y colocar bien el paraguas para cubrirlos a ambos. Enterró el rostro en su hombro y oculto tras su pelo derramó las lágrimas que no había querido derramar hasta entonces. Amy angustiada por su respuesta le acarició la cabeza y le susurró palabras tranquilizadoras. Habría dado cualquier cosa por apartar de él la tristeza, y se sentía muy impotente al no poder ofrecerle nada más.

Le debía tanto a aquel muchacho. Desde que había despertado en su cocina, él siempre la había cuidado y protegido. Incluso el día que había abierto la puerta de los horrores y había vengado la muerte de Vladimir. Recordaba haber vagado por el pueblo, tratando infructuosamente de recordar el camino de vuelta a casa de los Doyle. Se lo había encontrado esperándola junto a la puerta de la cafetería, donde se habían despedido. Ciro nunca entendería el alivió que sintió al verlo en aquel momento. Ella quería proporcionarle esa clase de consuelo. Cuidarlo tal y como él había hecho con ella.

Sin embargo, mientras cavilaba sobre todo aquello, la energía que había gestado en su interior se agitaba sin cesar, dificultando su tarea. Amy no sabía qué hacer con ella, pero debía averiguarlo pronto o perdería el juicio. Parecía haber desencadenado una bestia confinada en su interior, que no sabía cómo controlar. Cuando la presión era demasiado fuerte y le obnubilaba la mente, solía hacer levitar pequeños objetos. Pero Amy sabía que llegaría el momento en que su pequeña táctica no sería suficiente. Se prometió a sí misma que para entonces habría aprendido a controlarla.

De pronto, captó dos presencias que reconoció como demoníacas. Se sorprendió de la simultaneidad de su aparición. No pudo evitar preguntarse, sí no habría sido culpa de su ensimismamiento, el no haberlas percibido antes. Reconoció el aura de Nika sin esfuerzo, acompañada de un desconocido para ella. Mas la presencia que logró perturbarla no fue la del desconocido, sino una tercera cada vez más próxima a ella. Kaleb Kirchev, se acercaba a ellos sin cubrirse de la lluvia. Su aura y poderío lo abarcaban todo e inundaban sus sentidos, hasta el punto de dejarla casi aturdida. Le llevó un momento recuperarse de la impresión.

Con mimo, Amy enarcó la cara de Ciro entre sus manos, secó sus lágrimas y le retiró un rebelde mechón de pelo, que insistía en taparle los ojos. Luego se puso de puntillas para depositar un casto beso sobre su frente y se retiró lo suficiente para romper el contacto. Metida dentro del paraguas agarró la mano de Ciro, mientras trataba de infundirse valor para enfrentarse a la furiosa mirada del demonio.

Cuando al fin alzó la cabeza para encontrarlo, ante ella la imagen de Kaleb no podría haberse presentado más terrorífica, ni más hermosa. Los mojados cabellos azabache enmarcaban su rostro. En sus ojos brillaba, de forma casi incandescente, pura y plateada ira líquida. Su expresión la hizo temblar, y si cualquiera de los presentes le hubiera prestado atención habría reaccionado de la misma manera, sin lugar a dudas. Su postura le hizo pensar a Amy en la de un lobo acechando a su presa, a punto de atacar.

Soltó lentamente, el aire que no sabía que estaba conteniendo, y esperó paciente a que él le devolviese la mirada, en vez de taladrar a Ciro con ella. Cuando al fin consiguió llamar su atención, se estremeció sin remedio. Kaleb nunca le había dedicado una mirada tan fría. Amy se obligó a mantener la calma, consciente de que si demostraba su miedo, solo conseguiría herirlo, y no haría más que agravar la situación. Relajarse no fue una tarea sencilla.

Cuando al fin sus latidos recuperaron un ritmo normal, Amy se dio cuenta de que Kaleb la observaba como si esperase algo de ella. Un poco desconcertada se preguntó qué. Si hubiera seguido sus impulsos, se habría tirado a sus brazos, fundiéndose en ellos y adueñándose del calor de su cuerpo, quedando ambos expuestos al abrazo de la lluvia. Entonces habría roto a llorar como tanto le pedía el cuerpo que hiciera. Le habría explicado lo asustada que se sentía de la energía que había encontrado dentro sí misma. Le habría contado lo mucho que la atormentaban los gritos en sus sueños, que no habían hecho más que empeorar desde lo ocurrido en la playa. Lo perdida que se sentía. Le habría contado todo. Pero se convenció a sí misma de que eso estaría fuera de lugar, y se esforzó por no sucumbir al deseo de incumplir la promesa que le había hecho a Nika. No le diría nada a nadie. Claro que ahí seguía él, tan pulcro como estoico esperando algo de ella.

Era curioso, desde que había descubierto el secreto de Nika había temido su propia reacción al verlo. Se había preguntado si lo vería con otros ojos. Sí se pondría a la defensiva o sí le recordaría demasiado a Sergei y necesitaría poner distancia entre ellos. Pero contra todo pronóstico, al mirarlo a los ojos y saber de su origen, compartir aunque sin que él lo supiera su secreto, le hacía sentirlo más cercano que nunca. Como si conocerlo un poco más salvaguardara una distancia que antes no sabía que existía.

Respiró profundamente y con la mano que tenía libre jugueteó con su colgante de media luna, preguntándose cómo apaciguarle. En ese momento, se fijó en que Kaleb seguía por un instante el movimiento de sus dedos, antes de volver a mirarla a los ojos. Supo entonces como podría hacerse entender por él. Le devolvió la mirada durante un par de minutos y luego con un sutil cabeceo le señaló a la madre de Vladimir, quien yacía frente a la tumba de su hijo.

La mujer había rechazado el paraguas a pesar de que llovía cada vez con más brío. Acaban de cerrar la tapa del ataúd de Vladimir, y este hecho había caído como un golpe certero en lo más profundo de su alma, y en la de todos los presentes. En su rostro se reflejaba el peso que carga una madre que sobrevive a su hijo.

Cuatro hombres, entre ellos el propio padre de Vladimir, levantaron el ataúd y lo llevaron al sepulcro. Con cada paso que daban moría algo un poco más dentro de la cristalina mirada de la señora Kornovski. La abrumadora realidad de que ya no volverían a ver al muchacho nunca más, de que ya no viviría más que en sus recuerdos, cayó con todo su peso sobre los presentes.

Como si el cielo lo notase y sufriera con ellos la lluvia se volvió mucho más intensa. La entereza de la madre de Vladimir se resquebrajó, y cuando no pudo más cayó al suelo con un sonoro quejido y dejó fluir su llanto. Muchos se acercaron a ella e intentaron ayudarla a levantarse, pero ella se negó. Su niño ya no estaba con ella, se había ido. Ya jamás podría revolverle su brillante pelo rubio. Nunca volvería a cuidar de él si enfermaba, ni a consolarlo cuando lo necesitara, ni tan si quiera volvería a discutir con él. Cuando su marido volvió a su lado claudicó a las súplicas y decidió levantarse. Él la abrazó, ambos lloraron juntos su pérdida y el cielo lloró con ellos, acompañándolos en su dolor.

Poco después, los familiares más cercanos se llevaron al matrimonio del lugar. Antes de irse con los Doyle, Amy le dirigió una última mirada a Kaleb. En sus ojos halló la comprensión que buscaba. Allí, en aquel sagrado lugar no importaban ni él, ni ella, ni los sentimientos que ambos compartían. Solo importaba el daño que causaba a sus seres queridos la muerte de Vladimir.

Amy se fue con la satisfacción de saber que Kaleb entendía, que ella cuidaría de Ciro igual que él cuidaría de Nika. Pensando en ella agradeció la presencia de aquel desconocido. No quería ella estuviera sola, dándole su último adiós a su primer amor.


Angie

3 comentarios:

  1. HOLIIIS

    Sé que llevo muchísimo tiempo sin leeros, pero es que estaba pasando por cosas que me quitaban todas las ganas. Espero que os acordéis de mí, pero tampoco os diría nada si no lo hiciéseis (sería comprensible).

    En todo caso... os dejo una sorpresita:
    http://elviajedemelissa-anac.blogspot.com.es/2014/04/3-premios-atrasados-mismas-nominaciones.html

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    1. Olvidé deciros que, sí, voy a ponerme al día y a terminar de leer vuestra historia. ^w^

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    2. ¡¡Sii, me acuerdo de ti!! Jajajajaja tú eres la chica que fusionaba los nombres de las parejas KAMY, VLADKA, CIMY... ¿Cómo olvidarte? xD Pues me alegro mucho de que vuelvas a leer nuestra historia y espero que te siga buscando como al principio^.^

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